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dissabte, 22 de febrer del 2014

EIBAR


El peligro de la ejemplaridad


Que el Eibar, un modelo de gestión, corra riesgo de descender porque se le obliga a realizar una desorbitada e innecesaria ampliación de capital no deja de ser un fiel retrato del fútbol español


El peligro de la ejemplaridad
Jugadores del Eibar celebran su victoria frente al Sabadell.
Los que ya tenemos una cierta edad sabemos que ser ejemplar es uno de los mayores peligros que se pueden afrontar en España. Hacer las cosas bien, con inteligencia y sensatez, sin dejarse llevar por los cantos de sirena y el populismo barato, suele provocar en este país todo tipo de penalidades. Yo diría que es una experiencia de altísimo riesgo de la que uno vuelve cambiado para siempre. He conocido algunos casos de ejemplaridad y sus consecuencias siempre han sido terribles para sus protagonistas, cuyos sufrimientos situaría a medio camino entre los del santo Job y los del replicante de ‘Blade runner’. Qué quieren que les diga: estoy convencido de que no falta nada para que las madres alerten a sus hijos sobre la mala vida a la que te conduce inexorablemente el ser ejemplar. "Hijo mío, me dirás que soy una pesada, pero así no vas a ningún sitio. Te estás echando a perder haciéndolo todo tan bien", les dirán.
Creerán que exagero, pero pensemos en la Sociedad Deportiva Eibar. Estarán de acuerdo en que pocos clubes hay en España tan admirables. Lo es por la vinculación tan estrecha que ha establecido con la gente de su pueblo; por su firme espíritu competitivo, que le permitió estar 18 temporadas seguidas en Segunda, categoría que ahora lidera pese a ser un recién ascendido; y desde luego por su impecable gestión económica, que le llevó a cerrar el pasado ejercicio con medio millón de euros de superávit. Al corriente de todos sus pagos con Hacienda y con la Seguridad Social y desde luego con todos sus empleados–, el club armero dispone, además, de un millón de euros de fondos propios.
El Eibar es, por tanto, una de las contadas y bellas excepciones del fútbol profesional español, que en la última década acumuló una deuda de 3.600 millones de euros, según consta en el informe que el CSD elaboró el año pasado tras analizar al detalle el estado financiero de todos los clubes nacionales. De esa cantidad, 752 millones correspondían al dinero que estos debían a Hacienda -dicen que la cifra se ha reducido en un año hasta los 506 millones- y la otra gran partida, a los 22 concursos de acreedores que había en marcha. Dicho de otra manera: el fútbol español ha sido y es un desastre, un patio de Monipodio, alentado por la cobardía de los Gobiernos de turno, en el que, a lo largo de los años, han prosperado jetas, iluminados, tahures y buscavidas. No deja de ser todo un símbolo que la Liga del Fútbol Profesional la presida un personaje como Javier Tebas, abogado especialista en leyes concursales, asesor de un montón de clubes en estado de ruina y conocido defensor de dechados de virtudes como Piterman, Lopera o Ruiz Mateos.
Pues bien, en lugar de servirle para que le hagan un monumento, recibir todo tipo de elogios y ser agasajado en La Moncloa e incluso en La Zarzuela, aunque esto último ya sea algo más complicado teniendo en cuenta la impetuosa tradición republicana de la villa, ser ejemplar les está costando al Eibar y a los eibarreses un serio disgusto y un montón de preocupaciones. Tanto es así que el club armero corre peligro de protagonizar este verano una situación insólita: ascender a Primera en el campo, lo que sería una hazaña histórica de la que se hablaría con admiración en todo el fútbol europeo, y descender a Segunda B en los despachos. Y todo ello por la decisión del Consejo Superior de Deportes de obligar al club guipuzcoano a ampliar su capital social en un 390 %, es decir, a pasar de los 422.000 euros actuales a 2,1 millones. Esta obligación, como ya es sabido, tiene su origen en el Real Decreto 1251/1999 sobre sociedades anónimas deportivas, que impuso a los clubes una norma muy drástica a la hora de capitalizarse. La cifra mínima se calcularía atendiendo al 25 % de la media de los gastos realizados por los clubes que participaron en esa competición la temporada anterior, excluyendo a las dos sociedades que más gastaron y a las dos que menos.
Nadie discute la buena intención de esa norma. Había que poner unos mínimos. Ahora bien, como ocurre tantas veces en España, el repentino deseo de arreglar una chapuza propició un disparate en el que los justos acabaron pagando por los pecadores. La forma de calcular el capital social mínimo ya fue de por sí como para mosquearse y pensar en la razón que tenía Santiago Amón cuando dijo aquello de que en este país no cabe un tonto más, que el siguiente se cae al agua. ¡El 25% de la media de gastos realizados! ¿A qué luminaria se le ocurrió? ¿Cómo se puede hacer el cálculo de esa manera, imponiendo una media, cuando la tragedia del fútbol español han sido, precisamente, los gastos desorbitados y ruinosos de los clubes, unos gastos que nunca serían tan elevados si el Gobierno les obligara a cumplir sus exigencias con Hacienda como a cualquier otra sociedad anónima? Y eso por no hablar de la curiosa vara de medir del CSD, de la que bien podría hacerse una desazonante lectura moral. ¿Desde cuándo es peor y por tanto más punible no poder ampliar el capital social de tu empresa cuando realmente no lo necesitas que estar al día del pago de tus impuestos? Por otro lado, ese obligatorio 25% es una invitación a imaginar escenarios curiosos. ¿Qué pasaría si de repente aparecen unos jeques o unos magnates tipo Slim, compran cuatro o cinco clubes de Segunda y suben la media de gastos una barbaridad, hasta el punto de que a ningún equipo de Segunda B le mereciera la pena ascender porque sólo podría aguantar una temporada en la nueva categoría? ¿Dejaríamos que la competición se colapse?
Lo peor, en cualquier caso, es que esta ley no contemple excepciones, como sí ocurrió con la de Sociedades Anónimas Deportivas de 1990. Entonces, como se recordará, los legisladores se cuidaron muy mucho de incluir una disposición adicional por la cual se permitía que los clubes que justificaran un saldo patrimonial positivo desde la temporada 1985-86 no se convirtiesen en SAD. ¿Tendría algo que ver que los más interesados en incluir esa excepción, aparte del Athletic, fueran el Real Madrid y el Barcelona? No seamos mal pensados. El caso es que el Real Decreto 1251/1999 no hace distingos y afecta también a los clubes que tienen sus cuentas al día y viven de una forma ejemplar en su modestia, clubes que, sin comerlo ni beberlo, se ven abocados de repente a una situación dramática.
Le sucedió el pasado verano al Mirandés, que no pudo completar la ampliación de capital hasta el último día y estuvo a punto de descender. Peor le fue al Guadalajara, un club también modélico que, de la noche a la mañana, se encontró con que necesitaba 3 millones de euros para seguir en Segunda. Para reunirlos, su directiva acabó haciendo a la desesperada una virguería contable -aportar esa cifra y luego retirarla- que ni el CSD ni la LFP aceptaron. Todo el peso de la ley cayó sobre el humilde club alcarreño. ¡Pues buenos son los rectores de nuestro fútbol para hacer cumplir la ley! En esto son implacables. Eso sí, sólo con los más débiles. Con los poderosos ya es otra cosa. Lo entendimos para siempre en 1995, cuando Sevilla y Celta fueron repescados días después de que se les comunicara su descenso administrativo y se acabó jugando aquella famosa Liga de 22. En fin, lo que les decía al comienzo de este texto. Ser ejemplar es una tragedia.

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